¿Y DONDE ESTOY YO?
Si sacamos fuera de contexto la frase del psicólogo Walter Riso “Vístete, píntate, adelgaza, pero para halagarte, no para halagar”, no estaremos de acuerdo con él por su aparente egocentrismo.
Pero en el fondo se está refiriendo a que no debemos ser esclavos de la moda, y tener libertad en cuanto a cómo queremos ir vestidos: “tu cuerpo y el modo en que lo cubras debe gustarte primero a ti”.
En un artículo titulado “En qué se fijan las mujeres cuando miran a otras mujeres” del periódico digital El Confidencial, la psicóloga Cristina Wood constata que “si dos mujeres se encuentran por la calle, se hacen un escáner de lo que llevan de los pies a la cabeza”. Cuando hace que mucho tiempo que no se ven dos mujeres, comenta Wood que la conversación gira en torno a su físico:
qué delgada estás, qué bien te veo. Pero esto ¿lo hacen los hombres? cuando un hombre mira a otro ¿le dice que: qué bien te queda el pantalón, tío; o cuánto has adelgazado?.
En dicho artículo sale este testimonio tan ilustrativo de Silvia:
En lo que más me fijo es en la autoestima que tiene y la detecto viendo si es demasiado tímida o en si grita al hablar, señal de que es insegura. También en cómo se mueve, en cómo reacciona en una situación inesperada. Luego, además de los hombres, las mujeres también comentamos el tamaño del pecho de las demás chicas. A mí me gusta que las tengan pequeñas, cuando tienen tetas muy grandes muy pocas lo llevan con elegancia. Me fijo en la estética, en lo más básico, si está bien depilada, si llevan el pelo quemado del tinte, si no se lo han cortado en más de dos meses.
Parece que Silvia es un buen ejemplo de mirada tipo escáner, pero nos interesa reflexionar sobre su modo de ver la autoestima. ¿Cuáles son nuestras prioridades en esa autoestima? Por los ejemplos anteriores, parece que las prioridades van al mundo sensible, al cuerpo. Ese interés por lo sensible parece ser el error de Adán y Eva. El deseo en vez de dirigirse a Dios, se dirigió hacia placeres sensibles del cuerpo, según Máximo el Teólogo en el siglo VII:
cuanto más se dirigía el hombre hacia las cosas sensibles a través únicamente de sus sentidos, más lo agobiaba la ignorancia de Dios; cuanto más cultivaba el amor propio, más inventaba múltiples medios para obtener el placer, fruto y objetivo del amor propio.
Concluye San Máximo que, Adán y Eva, fueron persuadidos fraudulentamente por el Maligno para que dirigieran su deseo “hacia algo distinto de la Causa de los seres, es decir, de Dios”; con lo que el mal “consiguió fabricar la ignorancia de la Causa”, es decir, la ignorancia de Dios. Por lo tanto, la otra cara de la autoestima puede derivar en la maldad consistente en “fabricar la ignorancia de Dios”.
Miguel de Unamuno, en su novela Abel Sánchez basada en el pasaje bíblico de Caín y Abel, plantea también el problema de la autoestima desde la óptica de la envidia, así su personaje envidioso se dirige a Dios en estos términos:
Señor, Señor. ¡Tú me dijiste: ama al prójimo como a ti mismo! Y yo no amo al prójimo, no puedo amarle, porque no me amo, no sé amarme, no puedo amarme a mí mismo. ¿”Qué has hecho de mí, Señor?”.
Fue luego a coger la Biblia y la abrió por donde dice: “Y Jehová dijo a Caín: ¿dónde está Abel tu hermano?”. Cerró lentamente el libro, murmurando: “¿Y dónde estoy yo?”. Esa es la pregunta, ¿dónde estamos todos y cada uno de nosotros? . He aquí un retrato enfermizo de un hombre perdido, que no sabe dónde está; en cuatro versos de Leopoldo María Panero:
Sólo un hombre errando solo
solo, a solas con Dios
un hombre solo en la calle
errando a solas con Dios.
El desiderátum sería sentir la total gratuidad como moneda de cambio a ese don de Dios porque ha tenido la gracia de darnos la vida. De ese modo construimos sobre roca segura (Mateo 7, 24-27) y no sobre la arena movediza de aparentes seguridades. Duro es decir que vamos errando solos a solas con Dios, si por errar entendemos ‘andar sin rumbo’ y ‘equivocarse’.
Por lo tanto, ¿en qué nos hemos equivocado, cual es nuestro error? “¿Dónde estoy yo?” Veamos la autoestima desde otro prisma, el de Basilio de Cesarea en el siglo IV: “el hombre es una criatura que ha recibido el mandato de llegar a ser dios”. Pero esto no lo entiende en el sentido de la autoestima o el amor propio baso en sí mismo (“un hombre errando solo a solas con Dios”), sino que, aclara Basilio, uno es dios en tanto que quiere asemejarse a Dios, tomarlo como modelo, unirse a la naturaleza de Cristo, porque uno es semejante a él. El error de Caín consiste en que “presentó como ofrenda al Señor frutos del suelo” (Gn 4, 3), no pensando en Dios, sino utilizándolo para su interés, quiere agradar a Dios para pedir y ensalzarse a sí mismo. Muchas veces pedimos a Dios interesadamente; y ese es nuestro pecado y el de Caín. Por eso, Dios no le agradece dicha ofrenda, y en vez de Caín preguntarse críticamente qué he hecho mal, se rebota y se enfada con Dios, y anda encerrado en sí mismo, “resentido y cabizbajo” (Gn 4, 6), errando como en el poema anterior a solas con “su Dios”. En definitiva, anda “fabricando la ignorancia de Dios”.
En conclusión, obramos mal cuando miramos nuestro ombligo y “fabricamos la ignorancia de Dios” y dirigimos la mirada a otros dioses (la moda, la envidia, la maledicencia). El consejo que Dios da Caín y a todos es que “si obras mal, el pecado está agazapado a la puerta y te acecha; pero tú debes dominarlo” (Gn 4,7). Y nos acecha cuando queremos ser dioses halagándonos a nosotros mismos con una autoestima elevada hasta tal punto que pretendemos ser Dios ignorándolo.