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LA VOCACIÓN DE SANCHO PANZA

 

La Biblia nos surte de muchos ejemplos de vocaciones o llamadas de Dios o de Jesús que han dado un vuelco radical a la vida de personajes como Abrahán, Jacob, Moisés, Mateo, Pedro, Pablo, etc. Detrás de la invitación tan fundamental de Jesús en su frase “sígueme”, hay razones de peso:

Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. […] De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.

 (Lc 14, 25-27)

Pedro precisamente le dice a Jesús:

Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?.

 dice Pedro

Y Jesús le promete que,

cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.

 Dice Jesús

Y en este sentido les concreta Jesús a los discípulos que,

el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna.

 (Mt 19, 27-29)

La Biblia es palabra inspirada por Dios para dialogar con el hombre, para que el hombre indague sobre sí mismo verdades sobre su yo, su destino, el sentido de la vida. La Biblia, pues, habla en serio de algo serio, sobre todo cuando hay una vocación. Pero vamos a trastocar los papeles y a ponernos diferentes lentes: vamos a indagar sobre el sentido y la vocación desde la risa y la ironía. Y para ello vamos a elegir el segundo libro más leído en el mundo después de la Biblia: Don Quijote de Cervantes. No sabemos si es cierta la anécdota sobre el rey de España Felipe III (1578-1621) quien, al asomarse al balcón de palacio, vio a un estudiante que estaba leyendo un libro mientras reía a carcajadas, y el rey exclamó: «aquel estudiante está loco o lee la historia de don Quijote». La Biblia expone la verdad revelada por Dios, mientras en el Quijote la verdad se pone por obra, pero desde la óptica de la locura que te pone en un vértice difícil: estar entre la realidad y la alucinación. Cervantes elige al loco don Quijote que interpreta erróneamente la realidad –los molinos son gigantes–; que vive en la alucinación de ser caballero andante con el ideal de ayudar a “menesterosos”, pobres y desvalidos.

Como Jesús, don Quijote llama a un “discípulo”, “solicitó” a Sancho, “un labrador vecino suyo hombre de bien, pero de muy poca sal en la mollera” (Quijote I, 7), le prometió muchas cosas, sobre todo, una “ínsula”, es decir, una isla o un pequeño reino que Sancho pudiera gobernar. Sancho “con estas promesas y otras tales… dejó mujer e hijos y asentó por escudero de su vecino” (Quijote I, 7). Jesús promete a Pedro uno de los “doce tronos” y “como herencia la Vida eterna”, y exige dejar “madre, mujer, hijos”, lo mismo que Yahvé pidió a Abrahán “sal de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre" (Gn 12, 1). Don Quijote lo deja todo por hacer el bien, pero su fe está tocada por la locura. A Sancho le mueve el interés, y deja mujer e hijos temporalmente. Don Quijote es valiente y tiene un sentido de la dignidad. Sancho es cobarde, porque es simple y no tiene sentido de la honra. Y, en cambio, Jesús es radical: en la amistad con Dios no debe mediar ningún interés, sino el puro amor.

¿Qué es lo que busca Sancho? La duquesa pregunta a Sancho por qué sigue a don Quijote, y Sancho le da razones de su sanchopancesco sígueme:

Pero esta fue mi suerte y esta mi malandanza: no puedo más, seguirle tengo; somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos, y, sobre todo, yo soy fiel, y, así, es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón

 Sancho Panza

Sancho es un hombre básico y sus razones son básicas: somos del mismo pueblo, él me ha dado de comer, me ha remunerado regalándome sus asnos, me es simpático, es educado y agradecido. Pero su razón principal es que le es “fiel” hasta la muerte, nada los va a apartar, sólo cuando la pala y el azadón caben su tumba. De hecho, al morir don Quijote, le da en herencia “haberle pagado de lo que le debo”, y añade,

... y si como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece.

 Don Quijote

No le da un reino, pero antes de morir le pide cristiano perdón:

perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.

 Don Quijote

Sancho se quedó sin reino, un reino claramente de este mundo interesado. Sus propiedades y valores personales son que es un hombre de condición “sencillo” y de trato “fiel”. Sancho no tiene capacidad para profundizar en la fe, pues tiene sal en la mollera, pero tiene fidelidad, es decir, observancia de la fe que alguien tiene a otra persona. Es la fe del sencillo, que no se para a pensar, y que casi por instinto dice “contigo hasta la muerte”.

Cervantes ha desplegado ironía en el Quijote, si por ironía entendemos sentido crítico, ver las cosas desde la distancia, tomando como anteojo la risa. Nos ha sumido en la ilusión de la locura, en un columpio que va desde la ilusión a la realidad, desde la vida hasta el sueño, desde la alucinación a darse de bruces con la realidad.

Mientras que las palabras de Jesús no admiten ironía, sino un sentido trascendente de la vida; por eso, su reino no es de este mundo, es la vida eterna. Sancho piensa sólo en lo más básico de la vida de aquí. La cruz de don Quijote y Sancho son golpes y pedradas surgidas por no ver la realidad tal y como es y vivir en el error de la alucinación –Quijote– o de la simpleza –Sancho–. La de Jesús es la Cruz del amor, del que da su vida para salvarnos. Y para ello se necesita la fe de Abrahán, y no la simple y ciega fidelidad.

El poeta alemán romántico Heinrich Heine relata que cuando era niño al leer el Quijote lloraba por “los sufrimientos del pobre caballero”, y lo razona así:

Era un niño, y no sabía de la ironía que Dios había creado en él, así que derramé las lágrimas más amargas cuando el noble caballero sólo recibía ingratitud y palos por su hidalguía.

 Heinrich Heine

Hay que estar preparado para entender y ver desde la locura experimentando con los lentes de la ironía. Pero, si nos tomamos en serio a Sancho, ¿no nos dan ganas de llorar? Llorar en el sentido de que la simplicidad y la sandez de Sancho no te permiten llevar una verdadera vocación de fe. Preferible es llorar que reírme de un sencillo. Por el contrario, la Biblia, como habla en serio, nos alerta a ser más profundos, a cultivar la fe y el amor con el índice apuntando al trono y al reino de la Vida Eterna.

(Imagen del quijote de rosarinear.com)

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